lunes, 6 de marzo de 2017

VIVIR EN BARCO (entre sueño y pesadilla)


Un día me levanté pensando: ¿Cómo sería vivir de otra manera? La cuestión no fue ¿y si vivo en un barco? sino más bien, vivir de otra forma. Había descartado la motorhome por la poca autonomía energética, líquida, la prohibición de aparcarla “en cualquier lado” y la dependencia de combustible además del espacio interior reducido y el volumen exterior excedido para la mayoría de las ciudades antiguas y paradójicamente con mayor encanto a las que no se puede acceder.




La primera experiencia fue un viejo barco amarrado en el puerto de Lorient, donde viví 3 meses absolutamente inmemorables. De Abril a Junio de 2014. En un ancho no mayor a un pasillo tenía “la cocina”, el “living” y el “baño” sin ducha y sin agua caliente. En el fondo “la cama” triangular en la que no entraba recta y eso era todo. Parecía imposible que fueran “10 metros lineales”. Necesitaba al menos 15 metros y luego entendí que cuanto más largos, más caros de comprar, de mantener y de maniobrar, con lo cual tuve que salir a la búsqueda del barco más ancho posible.




Luego de recorrer toda Francia de norte a sur dos veces, al fin dimos con nuestro ICARE en el sur. Cumplía mis expectativas principales, un living al costado, con espacio libre en el medio para transitar de punta a punta (el 85% de los barcos tienen la mesa en el medio atravesada por el mástil y hay que plegarla para poder ir a la cabina de adelante y contornarse) aunque sin ninguna duda la verdadera joya de este modelo era el tamaño del baño NORMAL. Es muy importante a la hora de elegir el barco saber para qué lo vamos a utilizar en orden de prioridades. ¿Va a ser 50% barco y 50% casa, o más bien 10-90? ¿Va a ser navegación oceánica, costera o fluvial?



Buscábamos una casa flotante que pudiera moverse con nosotros, que fuera cómoda para vivir pero también para navegar de a dos, al menos una vez al mes y que no fuera ni muy vieja ni muy nueva, aunque entre los dos criterios preferíamos más vieja que reciente debido a la calidad de las construcciones y de los materiales de revestimientos.
 


ICARE es un Oceanis 351 del año 1997 dos cabinas, que nos entregaron en Diciembre de 2014 en un estado remarcable. Gracias a una expertise independiente logramos bajar el precio de compra original para no superar los 50 mil euros porque sabíamos que para convertirlo en “casa” íbamos a tener que invertir bastante por encima del costo inicial. Nuestros 10,5metros de largo por 3,8metros de ancho, nos alcanzan en una proporción justa, cuando vivimos dentro soñamos con 2 metros más y cuando hacemos las maniobras de puerto nos vendrían mejor 2 metros menos, así que en otras palabras, estamos conformes.



Estaba en muy buenas condiciones para la edad que tenía, pero jamás había sido “habitado” y nuestro abuso diario le ocasionó roturas lentas pero definitivas en las cañerías de agua, en las bombas de presión, en las tomas eléctricas... tuvimos que cambiar los colchones que no eran en absoluto dignos de ninguna espalda, aunque la única mejora fue conseguir una espuma más espesa, lamentablemente por las formas que tiene las cabinas jamás lograremos meterle un colchón con resortes y eso es un gran problema al día de hoy. Cada pequeña cosa que cambiábamos provenía de casas de náutica específicas a precios delirantes como las sábanas triangulares por ejemplo. Sin embargo lo que más nos preocupaba eran los costos de los puertos, esa es la gran moraleja de la vida en barco, que además de invertir los 50, 80 o 100mil euros iniciales para la compra, hay que pensar en el gasto del “parking” del puerto, que en el sur nos había costado 10mil euros anuales.
 
 

Teníamos la sensación de haber estado alquilando un departamento, pero sin ninguno de los beneficios de vivir en tierra es decir, sin lava ropas, sin lava vajillas, sin duchas largas y sin que el otro pueda pasar inmediatamente atrás a bañarse porque hay que esperar que los 20litros de agua que entran en el “calefón” para barcos, re-calentaran. Sin poder hundirse en un colchón con resortes ni bajarse o subirse de la cama sin tener que agacharse. Sin que salte la luz porque los puertos limitan los Watts y hay que elegir o calentadora de agua, o calefacción, así que te levantas con la frazada de la cama encima, apagas la calefacción y prendes el calentador del agua para poder desayunar. Cuando vamos de visita a la casa de alguien y vemos que efectivamente hay un mundo en el cual la gente puede calentar el agua, tostarse el pan y bañarse en 20 minutos, nos damos cuenta que en el barco el tiempo se mide de otra forma ¡Cómo no envidiar los grifos de la casa donde el agua sale a chorros y sin límite! En el barco hay dos tanques de reserva, con mucha suerte podemos stockear 350 litros, que es casi el consumo diario de una familia pequeña es decir que TODOS LOS DIAS hay que salir a cargar agua, con lluvia, con viento, y si no lo hiciste en el día, tocará a la noche o cuando te estas bañando y de repente se agota.
 
 

Había que abandonar el sur, para lo cual hubo que dedicarle una serie de meses al mantenimiento “barco” o sea, exterior. El tratamiento al plástico envejecido para que no se “oxidara”, el mástil, las velas, las “las ventanas” que filtraban agua y todo el equipamiento de seguridad para salir al mar tranquilos, fusibles, GPS actualizado, mantenimiento del motor... en resumen, otros 10 mil euros que esa vez se vaporizaron en mucho menor tiempo y sin darnos aún ninguna alegría, ni convicción, ni tranquilidad. En este punto evidentemente nos plantemos costos, beneficios, sacrificios y viabilidad del proyecto pero era demasiado tarde para darlo por imposible porque aunque lo fuera, absolutamente nadie nos lo iba a devolver todo lo que habíamos gastado, el trabajo del año y medio invertido dentro era casi imperceptible.
 
 

Dos años completos de trabajo sudado, en los que le dimos tiempo a todo lo que tenía que romperse, para que se rompiera. Dos años de no hacer absolutamente nada más que “construir nuestra casa”. Estuvimos de acuerdo que para vivir en un barco había que trabajar en “las inmediaciones” si fuera posible en el puerto mismo porque habíamos “salvado” de milagro el barco de un principio de incendio en la conexión eléctrica original que detectamos por estar justo en el momento en el que el humo comenzaba a brotar de los enchufes. También nos salvamos de una “inundación” cuando detectamos una cañería pinchada que se disponía a vaciarnos los 350litros de agua de los tanques dentro del barco y finalmente escapamos de una intoxicación asegurada con el ácido de una de las baterías que sin aviso, empezó a evaporarse del compartimento. Es imposible cortar el agua, la electricidad, el gas, ajustar las amarras por si se levanta viento y todo eso, antes de irte al trabajo, porque al regreso lo que encontras es un pedazo de plástico que flota, sin agua caliente, sin calefacción... lo mismo para que los dos tengan que prepararse a la mañana para salir juntos, el simple gesto de “bañarse” les llevaría una hora entre el turno de uno y el del otro. El día que haya un problema, que lo habrá, una cañería, un cable...ninguno va a poder irse tranquilo al trabajo pensando “cuando vuelvo lo arreglo” porque la imagen que los va a perseguir todo el día va a ser la de un mástil flotando en el agua.
 
 

Hace exactamente un año atrás, el 1ro de Marzo de 2016 salimos al océano con la convicción de que teníamos que llegar a Bretaña, lugar donde los amarres costaban la mitad que en el sur y con el doble de puestos de trabajo “náuticos” y así, de un día para el otro, luego de haber pasado un año y medio sin haber navegado ni 5 horas seguidas, nos enfrentamos a un mes y medio de navegación. La cosa es que LO LOGRAMOS. Nuestro ICARE había funcionado muy bien como barco, a pesar del peso excedido que tenía por ser “casa” y la robustez de la construcción compensó nuestra ignorancia en situaciones críticas. Lamentablemente al llegar al puerto de la Trinité no tardamos en constatar la rotura de algunas cosas que no aguantaron las sacudidas de la travesía, pero en un mes pudimos acomodar todo nuevamente.









Por primera vez teníamos un barco en condiciones óptimas para la navegación y para la vida interior. El reto sería aprender a combinar las dos cosas para poder vivir en una “casa” durante 9 meses y movernos en “barco” durante los otros 3, porque una de las cosas más mágicas que tiene la vida a bordo es que vayas a donde vayas, aunque tardes mucho tiempo en llegar y el viaje no sea del todo agradable, cuando llegas, siempre, siempre estás en tu casa y eso para mi hace que absolutamente todo valga la pena.
 
 

En estos momentos estamos aceptando la realidad que nos impone Bretaña, que los días de lluvia se cocina al horno porque no se puede abrir las ventanas, que en invierno es mejor pasar frío a intentar calentar el barco porque la diferencia de temperatura entre el interior y el exterior es tan drástica que genera una LLUVIA INTERNA de condensación y la inmediata invasión de hongos en cada cosa que toque las paredes, ropa, colchón, libros...Sin lugar a dudas el punto más crítico es la llegada del verano por el costo del amarre, incluso en Bretaña los valores van de $900 euros mensuales a $600 en las zonas más al norte (siempre y cuando vivan en un barco de 10metros, a mayor medida, mayor costo). Es cierto que sacando “los derechos de navegación” que se pagan al año, no hay ninguna otra factura que para pagar a excepción del gas que hay que equiparse con una o dos bombonas de $30euros al mes cada una. Por la misma razón que no hay facturas, no hay dirección postal, esto genera ciertos baches a nivel administrativo porque supuestamente es ilegal vivir en el puerto y eso lleva a que la capitainerie comience a inquietarse a partir del noveno mes de estadía. Lo ideal es poder ir de puerto en puerto, pero hay que saber que serán una especie de NN postal.
 
 

Vivir en barco es vivir en soledad, en relativa paz y sobre todo en continua introspección. Los días de lluvia reducen el espacio interno a la mitad, nos sentimos hámster (y sin ruedita) y los días de sol la superficie se triplica, las noches de verano tenemos la terraza más exclusiva del mundo, cenando a luz de la luna, al reflejo del mar, lástima que en verano la gente camina por todos los costados y hay que cerrar cortinas de día y oídos de noche. El resto de los meses se vive normalmente, a excepción de la época de mantenimiento anual que debemos abandonar la casa porque no está permitido “vivir” en los astilleros por el tiempo que duren los trabajos (dependiendo lo que encontramos cuando lo sacamos del agua) unos días o unas semanas.
 
 

¿Recomendaría esta experiencia? - DEPENDE qué tipo de vida tengan o quieran tener.

¿Se puede mejorar la vida en barco? SI. En un mundo ideal tendríamos que poder organizarnos para poder pagar simultáneamente el amarre anual del barco y el alquiler temporal de un departamento amueblado durante los dos meses de invierno para no sufrir los efectos nefastos de la condensación y los dos meses de verano para poder sacarlo del agua y ahorrarnos los costos delirantes, además de que le viene muy bien para evitar la “oxidación”.



¿Es más barato vivir en barco que en departamento/casa?- Definitivamente NO!

¿Volvería a invertir dos, tres años de mi vida para construir un proyecto similar? – SI. Estoy convencida que la vida cuanto más fácil, más aburrida y que el paraíso no existe, ni la perfección, ni la clave mágica. A todo hay que ponerle el cuerpo, el sudor y las lágrimas. Casi todo es posible y sobre todo, mejorable.








martes, 12 de abril de 2016

De regreso a casa



La primera vez que vi un paisaje de Bretaña fue por la tele en el sillón de casa un día de abril de 2013. No se trataba del lugar más bonito que hubiera visto, no me generó deseo ni ilusión mas bien una especie de destino, de pertenencia. Eran unas cuantas imágenes del mar estrellándose en  colinas verdes, barcos pesqueros, gaviotas y gente gruesa y sonriente. Era un pedazo salvaje de Irlanda, nórdico, húmedo, ventoso. Desde entonces Bretaña se transformó en mi Meca, mi Nirvana, mi obsesión.  
 



La conocí en septiembre de 2013, fue como si hubiera traspasado la tele, como si en vez de cinco meses hubieran pasado tres segundos. Entre la excitación de la llegada y el desconsuelo de la partida, me sentí de regreso a donde no había estado nunca.

 

En enero de 2014 volví con todas mis valijas y la convicción de que ya no me iría jamás. Me instalé en el corazón de un barrio medieval, el número 13 de la Rue de Dames, Rennes. Una casa de troncos con bañera azul, chimenea y escritorio donde volví a escribir después de mucho tiempo.  En Febrero recibí la notificación que me convertía en ciudadana europea pero debía viajar a Buenos Aires para recoger mis papeles. No pude. Aún no tenía ningún proyecto que me retuviera en Bretaña, no podía irme con las manos vacías sin la convicción de que regresaría. Sentí un sabor a injusticia que despertó en mí ciertos aires creativos capaces de visualizar la compra de un barco con el que volvería y navegaría en libertad  por toda Bretaña como los pescadores, aunque de momento me quedaba parada al otro lado de la puerta que había sido mi refugio. Treinta cuadras arrastrando las valijas por los adoquines hasta la estación de tren fue el resumen de lo que me esperaba, un peregrinaje complejo, doloroso  e incierto.  

 

En octubre del 2014 volví a Bretaña en un acto desesperado. Aún no tenía mis papeles europeos, ni mi barco, ni nada que pudiera justificar mi regreso. Quería quedarme a cualquier precio con cualquier excusa pero no había sitio ni vida posible y regresé a Buenos Aires, a mi casa, con los míos y al sillón donde un año y medio atrás había visto aquellas imágenes. Intenté acercarme a la pantalla, cerrar los ojos, los puños, hacerme microscópica pero todo seguía igual, no había teletransportación ni tierras verdes, solo noticias de una realidad que ya no era la mía.

 

En 2015, luego de los tres meses más extremos de toda mi vida, logramos comprar nuestro barco. Por primera vez en dos años deshice mis valijas, colgué mi ropa, acomodé mis libros, pero estaba a dos mil millas de Bretaña. Teníamos que atravesar el sur de Francia, España completa, toda la costa de Portugal y remontar el Atlántico norte. Éste regreso a Bretaña sería el más complejo de todos.

 

Abril de 2016: Tres años pasaron desde la noche en que abandoné mi casa, sentada en el sillón. Tres años de fugacidad, de ser más que nómada, volátil.

Tres años y aún no termino de llegar. Estoy al otro lado de la costa, a tres días de navegación por un mar que tiene reputación de indomable. Tres días que serán tan eternos como estos tres años, pero en lugar de miedo siento paz y a pesar de que el barco se sumerja entre las olas y rebote a la superficie y estos diez metros cuadrados parezcan una sucursal del infierno, no puedo dejar de pensar que en realidad estoy en un gran sillón flotante y que en cualquier momento van a aparecer las colinas verdes al otro lado de las ventanas de mi barco casa.
 

jueves, 31 de diciembre de 2015

...Dos bodas y 20 mil millas...


Luego de nueve meses, acabó nuestra estadía en Marsella como un parto de libertad, esa palabra tan grande en la que todo cabe, incluso la duda. Nos auto-impusimos una meta para emprender el viaje, ir a buscar a mamá que llegaba en vuelo a Barcelona. Aquello fue lo peor que un mareo y muchas olas pueden hacerle al cuerpo humano luego de cinco meses atado al suelo.
 

 
 
 
 

 
Jamás habíamos viajado de noche, toda una noche, durmiendo de a turnos. Lo habíamos hablando antes, muchas veces, quién tomaría el primero turno, dónde armaríamos la cama, qué comeríamos antes y después, para acabar haciendo todo lo contrario. La casa flotante en la que habíamos vivido todo este tiempo, se había convertido en un trozo de plástico endemoniado, nada de bañarse ni de calentarse una sopa.
Las horas se convirtieron en millas, dejaron de ser las dos de la mañana para ser, menos 70. Dormíamos 10 millas cada uno, aunque debo confesar que las mías a veces fueron 8, 8,5...alguna que otra milla se me perdió entre medio de los párpados. La sensación de navegar a ciegas es indecible, casi irrealizable, tengo la certeza de que no fuimos nosotros quienes navegamos aquella noche, sino el velero mismo.
El mar era una plancha oscura, un pedazo de cielo negro recostado que se hacía uno en algún punto lejano, donde se suponía debía estar el horizonte. Un baño de estrellas, desde abajo hasta arriba, sin saber muy bien que parte era abajo y qué parte era arriba. Llegamos con hambre, con sueño y con frío y toda la aventura nos pareció de lo más emocionante. Un poco porque no nos pasó nada grave y otro poco porque las primeras cosas son siempre una mezcla de adrenalina, incierto y mucha suerte.
 
Mamá llegó a Barcelona una semana después que nosotros, lo primero que quiso fue ir a conocer la Sagrada Familia. Nos costó un buen rato encontrarla, pero al fin dimos con ella, cerca de las ocho de la noche. Lo celebramos cenando unos pollos fritos en el KFC. La dejamos en su departamento de la barceloneta y volvimos a nuestro barco. Dormí pensando: mañana al fin mamá va a conocer a Icare. Así fue, al mediodía la invitamos a bordo y hasta nos dimos el lujo de hacer un paseo por la costa. Calentamos unas pizzas y abrimos un espumante. Mamá estaba navegando en casa. Luego de eso ya todo era un regalo para mí.








Salimos en coche de regreso a Marsella, pensar que nosotros habíamos hecho la misma ruta por mar durante 48 horas y en auto, incluso parando a almorzar, tardamos cuatro y media. Llegamos al departamento de “Les Goudes” que habíamos alquilado para celebrar nuestra boda. Ya era viernes, el día anterior al casamiento. Pasamos por la tienda a comprar la comida que habíamos encargado para el catering, por la casa de mis suegros para que conozcan a mi mamá y para que nos entreguen la vajilla, luego por la florería a encargar el ramo y la decoración. De allí al departamento para acomodar las mesas y las sillas y finalmente al aeropuerto a recoger a dos amigos.

El sábado cada quien se preparó en sus tiempos, yo tuve la bendición de ser maquillada por mi mamá, que incluso me cosió el corpiño blanco que llevaba debajo de mi vestido esmeralda, mientras Jerome se planchaba su camisa celeste y pantalón blanco. Nos dimos cuenta que debíamos entregar los anillos que ya teníamos puestos, de haber sabido les hubiéramos buscado un lindo estuche. La madre de Jerome tenía uno en su cartera, que había traído con un solitario de su madre, como regalo de boda. Toda nuestra historia, incluso nuestro casamiento tuvo siempre ese toque de improvisto justo a tiempo.

El camino hacia el departamento fue casi la mejor parte para todos los invitados, incluso los que vivían en la ciudad, no conocían demasiado la zona, una ruta costera, el mar agitado de Mistral, el místico viento de Marsella. La celebración salió mejor que lo que había imaginado, la decoración sobria, elegante y con un toque fresco de color, la música perfecta, Jazz, Coldplay, Pavarotti...la comida riquísima, exótica y variada. Lo más atípico fueron nuestras tortas, idénticas, de ocho porciones cada una, la mía de frutilla y chocolate blanco, la de Jerome de mousse y chocolate negro. Cada cual cortó la suya.
 








Para la luna de miel estuvimos generosos y nos subimos al coche con mamá. La primera excursión fue un pic-nic en la calanque, el parque natural de Marsella y luego un viaje por la costa azul, dirección Saint Tropez. Durante dos días y dos noches nos encargamos de acabar con las sobras del casamiento incluidas las botellas de vino.

 

Sin absolutamente nada reservado, llegamos casi de noche a Avignion y logramos un hospedaje por internet de lo más formidable, una antigua casona señorial dentro de la ciudad amurallada.

 

Parecía interminable, pero las dos semanas de mamá pasaron volando entre Barcelona, el matrimonio, los pic-nics, las ciudades amuralladas...regresamos a nuestro Icare y la suegra nos cedió el gusto de quedarse a dormir a bordo. Fue inolvidable tenerla de huésped, casi como si un pedazo de mi papá también hubiera venido a conocer nuestro barco. Almorzamos y salimos hacia el aeropuerto. El vuelo de mamá salía a las tres de la tarde. El nuestro, tres días después.

 

En el avión nos preguntábamos en qué momento habíamos levantado el ancla de Marsella...todo eso había pasado en los veinte días anteriores y ahora nos esperaban otros veinte días en Argentina. Mami estaba en el aeropuerto esperándonos como si hubiésemos ido a comprar pan a la esquina, con naturalidad, con continuidad, nadie hubiera dicho que hacía un año que no veníamos al país. Manejé directo a casa, todo me pareció igual, como si no me hubiese ido nunca. Al día siguiente, aun dormidos, ayudamos con los preparativos del festejo en casa de mi hermana. Una bendición poder festejar nuevamente el casamiento. Intentamos esta vez conservar aún más los momentos que se nos habían escapado del primer festejo, pero fue imposible.




 














 

martes, 23 de junio de 2015

El cambio es lo normal



 Según Benjamín Prado, el futuro no debería ser arrastrar todo lo que tenemos un poco más adelante, porque de esa forma viviríamos en un presente eterno.

Sin embargo puede que sigamos haciendo lo mismo, pero lo empecemos a ver de una forma diferente. Podemos dejar de considerar nuestro trabajo como algo importante, podemos dejar de pensar que la persona que tenemos al lado es importante y de algún modo, seguir en ese trabajo y con esa persona.

 

Hay un instante en el que se escucha un clic en nuestra cabeza, como si alguien nos gatillara en el oído. Ese clic es la detonación de una bomba que lleva semanas, meses...años en cuenta regresiva. “ Te dejo, pero no es de ahora, hace tres años que lo vengo pensando”. Lo más impresionante que es capaz de hacer el hombre, es resistirse al cambio, simular, olvidar, reprimir, inventar, distraer y medicarse.

 

Habría que preguntarse cuál es el grado de incidencia del mundo externo en esa trasformación, es decir, cambió la otra persona, cambiaron nuestras necesidades, o al fin somos capaces de admitir que nunca estuvimos convencidos del todo.






De lo que estoy segura es que aun viviendo solos en medio de una isla, encontraríamos las razones necesarias para cambiar dentro y fuera de nosotros. La naturaleza nos obligaría a mudar nuestra choza hacía el otro lado de la costa, a comer otra cosa cuando acabe la temporada de lo que recolectamos y a la vez, nuestro pensamiento respecto a esa isla seguramente pasaría de ser algo más que una supervivencia inhumana, a una sensación de pertenencia y una rutina más o menos establecida.

 

Sea de adentro o de afuera, cada cambio nos cambia y no es ni para bien ni para mal, el cambio simplemente es lo normal. Somos 206 huesos, 21 órganos, 23 cromosomas y un cóctel vital de inestabilidad, vulnerabilidad y dudas que debemos conocer, aceptar y respetar (en esos pasos exactos) antes de que la bomba, nos gatille la cabeza.


 
 
 

martes, 5 de mayo de 2015

Mi amigo ITALO



Luego de devorarme todos los artículos publicados por Italo Calvino en la prensa italiana y en su lengua original, extiendo al lector mi humilde traducción de sus ideas más memorables sobre el mundo escrito y el mundo no escrito.

 

 

“Pertenezco a esa porción de humanidad minoritaria, pero que entre mis lectores es mayoría, que pasa gran parte de su vida en un mundo donde las palabras se suceden una tras otra y donde cada frase ocupa un sitio preciso. Cuando me canso del mundo escrito salgo en búsqueda del otro mundo hecho de tres dimensiones, cinco sentidos y poblado por millones de personas similares entre sí. Esto equivale para mí a renacer a una realidad confusa que me obliga a elegir una estrategia y un rol de supervivencia. Este nuevo nacimiento conlleva ritos especiales como el de colocarme los anteojos que no necesito para leer porque soy miope, cuando por lo general la gente ejecuta la acción contraria, se coloca los anteojos para entrar al mundo escrito.

 

Cuando leo cada frase, sé que está en mí el poder de comprender. Su significado literal debe poder permitirme formular un juicio de si aquello que se anuncia es verdadero o falso, correcto o equivocado, agradable o desagradable. En la vida ordinaria en cambio, me veo casi siempre rodeado de circunstancias que no logro comprender desde las más importantes hasta las más insignificantes, situaciones en donde no puedo formular ningún tipo de juicio. De joven me pasaba exactamente lo mismo pero en aquel entonces creía que el mundo escrito y el mundo no escrito eran de alguna forma complementarios. Hoy reconozco que aquello que sucede en el mundo escrito inicia y termina en los márgenes físicos del libro y depende de mí la vida que porte fuera de sí, en cambio en mundo no escrito, me roba, me desorienta, me desordena sin mi consentimiento. Con esto me pregunto, si mi mundo es el escrito ¿Por qué me aventuro a la experiencia del otro mundo?

 

Para escribir, porque soy escritor y lo que se espera de mí es que me siente en el escritorio a intentar darle un sentido al mundo, pero a lo máximo que se llega es a trasmitir la experiencia de acercamiento, luego la búsqueda continua en el lector. Siempre escribimos de lo que desconocemos, escribimos para que el mundo no escrito cobre vida a través de nosotros. Del otro lado de una palabra hay algo que quiere salir del silencio, algo que quiere liberarse como si sacudiese las rejas de una prisión.”

 
 








viernes, 17 de abril de 2015

IRLANDA



Marte 27 de Diciembre de 2011 un pie en Irlanda y sin valijas, solo 10 kilos de bolso de mano y mi guía.

Irlanda me recibió nublada, es decir, auténtica. Mientras esperaba el bus hice unas compras en el supermercado del aeropuerto. A pesar de la fama de papas y salchichas, encontré mis yogures, mis fibras, mis atunes y el twinings…no estaba como en casa, estaba mejor.

 

La impresión de Dublín fue inglesa pero rebelde, pinturrajeada de colores, joven y sudando cerveza en la neblina. Me instalé en un departamento sobre el rio Liffey, en Bachleros walk, frente al puente Halfpenny, mejor imposible.

 

Irlanda fue sobre todo un viaje didáctico. Aprendí las lecciones más importantes para el oficio de viajante y escritora: INVESTIGAR MENOS Y SORPRENDERSE MÁS.

El viernes me suspendieron el tour de fin de año en el norte. No lo podía creer. ¿Cómo era posible que no me hubieran avisado antes? aunque es difícil enojarse con Irlanda. Lo viví como un día ganado en Dublín y me fui al museo de los escritores. Todo cobró sentido. Entre las primeras ediciones de Ulyses, me reconforté: EN UN VIAJE NO EXISTEN LOS ERRORES, EXISTEN LOS CAMBIOS DE PLANES (en la vida igual).

 
 
 
 
 
 


 

Arranqué el 2011 en un bar de “Inglaterra”, Irlanda del Norte y llegó la lección más importante de todas. Perdí mi guía con todas las direcciones, con mis notas y con la cámara de fotos. Uno pensaría que fue una terrible forma de empezar el año, pero por alguna razón, me sentí mucho más ligera y mucho más libre. No recordaba el itinerario así que improvise.

 

Hacia el oeste de Irlanda, bosques, cascadas…el sitio donde se esconde la inspiración, cuando la pierdo de vista. Si algo le faltaba a este cuento, eran los caballos de pelo largo y patas anchas, una maravilla. Estando en Cork, al extremo sur, me llegó un mensaje de la aerolínea diciéndome que me habían cambiado el vuelo de regreso, que si no me volvía antes lo perdía porque Iberia entraba en paro indefinido. A dónde iría. Cuánto tiempo. Más pensaba, más ganas me daban de salir a caminar. Y eso hice, me fui al Saint Stephen´s park, con su lago, sus cisnes, su verde golf perfecto, sus glorietas y puentes. Para no perder el vuelo que me ofrecían tendría que haberme vuelto al departamento a hacer las valijas, pero no lo hice.

 

Al día siguiente encontré una excursión de LUNA LLENA en Enniskerry. Era una caminata que se hacía todos los meses por los bosques bajo la luz de luna, con tramos dignos de suicida. El domingo, tomé mi vuelo a Madrid, como estaba previsto, lo que me faltó fue la conexión con Buenos Aires, efectivamente Iberia estaba en huelga. Eran las 11 de la noche, no tenía ninguna reserva, ninguna idea, pero tampoco tenía ninguna preocupación. Me tomé el último subte que salió de la terminal antes que cerraran y me bajé en Tirso de Molina. Salí justo frente a la casa de Joaquín Sabina, no había un mejor lugar para estar en ese momento, en todo el mundo. Toqué timbre en una pensión que esta justo a la vuelta y por 50 euros me dieron una habitación.

 

El lunes, amanecí en Madrid, un destino que no estaba mi itinerario, aunque ya no tenía itinerario, se había perdido con mi agenda y mis mapas, así que de alguna forma me pareció normal. Me propuse buscar un cyber para tratar de contactar a Iberia. Tomaron mi reclamo y me llamaron a la habitación tres veces, en la última me propusieron un vuelo para el martes al mediodía. En el fondo yo esperaba que dijeran jueves o viernes porque ya que estaba en Madrid....pero me dejaron en claro que era una excepción de “tómalo o déjalo” y entendí que la rebeldía también tiene ciertos límites.

 

Para la despedida me fui al antiguo bar de la mandrágora, que los sabineros conocerán muy bien y me tomé dos Baileys, uno con hielo y el otro sin.

 
 
 
 




jueves, 2 de abril de 2015

COSTA ESTE "Estados Unidos"




Después de 9 años volví a Nueva York, en Junio de 2010, esperando que ya no estuviera ni Bush ni los restos ardientes de la zona cero.  

Elegí el Hotel Jane, primer hotel a donde se alojaron los sobrevivientes del TITANIC, que imagino que después de un naufragio les debe haber parecido un paraíso porque a mí, después de 11 horas de vuelo, me parecía más chico que la cabina de toilette.

 

Lo bueno fue que ni bien llegué, me estaba esperando Cary Abrams, un escritor que contacté por internet para hacer un “walking tour especializado”. Nos subimos a las terrazas de los edificios del barrio, nos metimos en los parques privados de las casas, recorrimos el barrio chino, el italiano…de ahí a la bolsa y de regreso al hotel, conocí la skyline, un paseo recién inaugurado de pasarelas que bordean el rio Hudson.

 

Al día siguiente nos encontramos en un café, Cary leía su TIMES y me comentaba las noticias y la historia de ciertos personajes del barrio: actores medio pelo, escritores frustrados, grandes profesores. No podía sentirme más neoyorquina, a excepción del momento en el que atravesamos el Central Park.

 

La última noche en Nueva York la pasé con una cubana a la que le reconocí el acento en plena calle y me acerqué a preguntarle por un boliche salsero. Me propuso ir juntas a un bar que de no haber ido con ella, no hubiese encontrado nunca porque era en un sexto piso con un ambiente muy “local”, nada de turistas. Al día siguiente, me vino a buscar mi amigo norteamericano, Clay, que había conocido en Argentina.

 

Arrancamos por Washington, si bien yo ya la conocía, era el lugar donde él estaba trabajando, así que acepté con la condición de que me llevara a conocer otro costado de la ciudad. La primera sorpresa fue un local llamado: “meeLting point” que es una mezcla de las palabras “derretido y encuentro”. Fue el sitio más original donde estuve hasta el momento, cada mesa tenía su horno incorporado y varios modelos de “ollas fondeu”. La idea es que te cocines tu propia comida y postre, todo a base de pinchos, lo que te permite tener siempre el plato caliente y no ser molestado jamás, salvo cuando te traen las bebidas.

 

Al día siguiente me invitó a hacer segways, esa especie de triciclo que se mueve con el eje del cuerpo. Diez minutos de práctica fueron suficientes para salir a recorrer todo Washington en medio del tráfico y esquivando turistas. Al día siguiente me enseñó la famosa tradición americana del BRUNCH de los domingos, una mezcla de desayuno y almuerzo (breakfast – lunch) que en este caso fue en el waterfront de Georgetown, un shopping en la base del puerto con yates de lujo y una realidad envidiable.




 


Por la tarde, tomamos la ruta americana 95, hacia CAROLINA DEL NORTE. En las 4 horas de camino fui viendo la repetición de escenas de películas americanas con los moteles de carretera, los campings para casas rodantes y las estaciones de servicio desoladas…

 

Estaba ansiosa por conocer la famosa ciudad de “Durham” de la que tanto hablaba Clay y la Universidad de DUKE, la tercera universidad más importante de Estados Unidos y la número uno en equipo de básquet. Por lo demás, es una pequeña población sureña, con mucha influencia mexicana, llena de bares de tacos, guacamole, fábricas de cigarros y usinas en desuso de la época industrial.

 

Luego hubo que volver a Washingotn porque Clay tenía que retomar su trabajo y desde allí me tomé un bus a Nueva York, con conexión wifi y un ruso de acompañante que me ofrecía un viaje a Moscú por 400 dólares. Mientras hablaba en un inglés lleno de acentos mal puestos, se me vino a la mente otra película: HOSTEL y el tráfico de órganos de turistas. Ni bien llegamos al aeropuerto, me deshice de este sujeto y me subí a mi avión de regreso a casa.