Empiezo a pensar que el amanecer es una especie de retraso, de negación de
la realidad paralela que sucede claramente en mis pensamientos, a un paso de convencerse que ojalá no hubiera
sucedido.
Es que no vivo por no querer despertar del sueño y me siento huérfana de
vida y repleta de emociones que no puedo guardar por falta de espacio fijo. Me
voy superponiendo y llenando de quejas que apenas quedan por escrito.
La mayor parte del tiempo me torturo pensando cuándo se desprendieron mis
alas y quién cambió las ganas por excusas. Lo demás es silencio, es todo igual
a nada, es querer explicar lo necesario a gritos mudos y a gente sorda.
Aunque al fin suceda lo esperado, se llega vencido, como encontrar el
aeropuerto después de haber estado volando perdido y quedarse sin combustible
frente a la pista de aterrizaje, igual de fatal que haberse estrellado en medio
de la nada.
EMPEZAR no significa estar preparado, significa dejar de ser el que
ESPERA. Es necesario un solo acto, para validar todos los intentos. Dejar
de ser el que duda, dejar de ser el que escucha, el que observa, el que piensa,
el que asocia, el que suma. Empezar a ser el que arriesga, el que avanza, el
que se equivoca, el que aprende, el audaz, el pionero, el herido, el renacido y
el que vale todas las pena.