No es fácil la vida de viajero, sobre todo no es gratis. No hay casa, ni
objetos personales. Hay aceptación de pérdida continua de cosas que van quedando
por el camino, de despedidas. No hay vida local, no tenemos partido, ni
representante, se parece mucho a la Utopía anárquica, a ir huyendo sin sentirse
culpable.
Ser viajero es una actividad que despierta curiosidad, a veces envidia,
pero nadie sabe lo que es realmente vivir viajando. El mundo parece estar a
completa disposición aunque nada es completamente nuestro.
Lo bueno es que un martes es igual que un domingo, lo malo es que se pierden
las ansias del fin de semana porque cuando se navega, todos los días son mitad
de trayectos, mitad de emociones, mitad de miedos, sin mucha idea de lo que
sigue, como un miércoles eterno.
No es fácil ser viajero, como no es fácil ser urbano. No existe el paraíso
ni siquiera en la isla más remota y más desierta. La única gloria, en agua o en
tierra, es conquistar un minuto de paz en donde podamos mirar el horizonte o la
línea de la calle más cercana y dejar de buscar más allá de lo
inmediato.
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