jueves, 2 de abril de 2015

COSTA ESTE "Estados Unidos"




Después de 9 años volví a Nueva York, en Junio de 2010, esperando que ya no estuviera ni Bush ni los restos ardientes de la zona cero.  

Elegí el Hotel Jane, primer hotel a donde se alojaron los sobrevivientes del TITANIC, que imagino que después de un naufragio les debe haber parecido un paraíso porque a mí, después de 11 horas de vuelo, me parecía más chico que la cabina de toilette.

 

Lo bueno fue que ni bien llegué, me estaba esperando Cary Abrams, un escritor que contacté por internet para hacer un “walking tour especializado”. Nos subimos a las terrazas de los edificios del barrio, nos metimos en los parques privados de las casas, recorrimos el barrio chino, el italiano…de ahí a la bolsa y de regreso al hotel, conocí la skyline, un paseo recién inaugurado de pasarelas que bordean el rio Hudson.

 

Al día siguiente nos encontramos en un café, Cary leía su TIMES y me comentaba las noticias y la historia de ciertos personajes del barrio: actores medio pelo, escritores frustrados, grandes profesores. No podía sentirme más neoyorquina, a excepción del momento en el que atravesamos el Central Park.

 

La última noche en Nueva York la pasé con una cubana a la que le reconocí el acento en plena calle y me acerqué a preguntarle por un boliche salsero. Me propuso ir juntas a un bar que de no haber ido con ella, no hubiese encontrado nunca porque era en un sexto piso con un ambiente muy “local”, nada de turistas. Al día siguiente, me vino a buscar mi amigo norteamericano, Clay, que había conocido en Argentina.

 

Arrancamos por Washington, si bien yo ya la conocía, era el lugar donde él estaba trabajando, así que acepté con la condición de que me llevara a conocer otro costado de la ciudad. La primera sorpresa fue un local llamado: “meeLting point” que es una mezcla de las palabras “derretido y encuentro”. Fue el sitio más original donde estuve hasta el momento, cada mesa tenía su horno incorporado y varios modelos de “ollas fondeu”. La idea es que te cocines tu propia comida y postre, todo a base de pinchos, lo que te permite tener siempre el plato caliente y no ser molestado jamás, salvo cuando te traen las bebidas.

 

Al día siguiente me invitó a hacer segways, esa especie de triciclo que se mueve con el eje del cuerpo. Diez minutos de práctica fueron suficientes para salir a recorrer todo Washington en medio del tráfico y esquivando turistas. Al día siguiente me enseñó la famosa tradición americana del BRUNCH de los domingos, una mezcla de desayuno y almuerzo (breakfast – lunch) que en este caso fue en el waterfront de Georgetown, un shopping en la base del puerto con yates de lujo y una realidad envidiable.




 


Por la tarde, tomamos la ruta americana 95, hacia CAROLINA DEL NORTE. En las 4 horas de camino fui viendo la repetición de escenas de películas americanas con los moteles de carretera, los campings para casas rodantes y las estaciones de servicio desoladas…

 

Estaba ansiosa por conocer la famosa ciudad de “Durham” de la que tanto hablaba Clay y la Universidad de DUKE, la tercera universidad más importante de Estados Unidos y la número uno en equipo de básquet. Por lo demás, es una pequeña población sureña, con mucha influencia mexicana, llena de bares de tacos, guacamole, fábricas de cigarros y usinas en desuso de la época industrial.

 

Luego hubo que volver a Washingotn porque Clay tenía que retomar su trabajo y desde allí me tomé un bus a Nueva York, con conexión wifi y un ruso de acompañante que me ofrecía un viaje a Moscú por 400 dólares. Mientras hablaba en un inglés lleno de acentos mal puestos, se me vino a la mente otra película: HOSTEL y el tráfico de órganos de turistas. Ni bien llegamos al aeropuerto, me deshice de este sujeto y me subí a mi avión de regreso a casa.





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