A veces más uno que otro, a veces los dos. Cuando el lugar al que llego, me
recibe con intrigas y mal tiempo, suelo ser una escritora que interpone entre
sí y el alrededor una pluma y una hoja subjetiva, cargada de conceptos
instantáneos, como si me asomara a tomar una foto panorámica y volviera al
intramuro para reflexionar sobre intuiciones de culturas extrañas, donde la
escritora despliega toda la magia de su libre interpretación, válida más para
la fantasía que para la narración.
En cambio, si espero esa llegada con anticipación, si se trata de un lugar
místico o una simple sorpresa del itinerario, me gana el espíritu aventurero y
me lanzo a la calle, abro paso entre la gente al igual que un explorador que a
fuerza de machete atraviesa la selva. En estas ciudades rara
vez puedo escribir, se me pasa el tiempo absorbiendo emociones para las que
nunca encuentro adjetivos. Esa viajera no quiere ser escritora de oficio.
Se podría decir que mi vocación es ambigua aunque el gran punto en común
entre la viajera y la escritora es la libertad que no consiste solo en seguir
la propia voluntad, sino también a veces, en huir de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario