domingo, 20 de abril de 2014

Viajero que escribe, o escritor que viaja




A veces más uno que otro, a veces los dos. Cuando el lugar al que llego, me recibe con intrigas y mal tiempo, suelo ser una escritora que interpone entre sí y el alrededor una pluma y una hoja subjetiva, cargada de conceptos instantáneos, como si me asomara a tomar una foto panorámica y volviera al intramuro para reflexionar sobre intuiciones de culturas extrañas, donde la escritora despliega toda la magia de su libre interpretación, válida más para la fantasía que para la narración.

En cambio, si espero esa llegada con anticipación, si se trata de un lugar místico o una simple sorpresa del itinerario, me gana el espíritu aventurero y me lanzo a la calle, abro paso entre la gente al igual que un explorador que a fuerza de machete atraviesa  la selva. En estas ciudades rara vez puedo escribir, se me pasa el tiempo absorbiendo emociones para las que nunca encuentro adjetivos. Esa viajera no quiere ser escritora de oficio.
 
 






Se podría decir que mi vocación es ambigua aunque el gran punto en común entre la viajera y la escritora es la libertad que no consiste solo en seguir la propia voluntad, sino también a veces, en huir de ella.
 



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