lunes, 16 de febrero de 2015

Yo estuve en las TORRES GEMELAS



El 9 de Marzo del año 2000, viajamos a CALIFORNIA, para un congreso de dermatología en la ciudad de San Francisco. Fue uno de los pocos viajes que hicimos las tres juntas, me refiero a mi hermana y mi mamá.

Recuerdo la limpieza de las calles, la modernidad de los edificios, la libertad sexual, el colorido de las tiendas, las calles de colina,  el ferrocarril casi de juguete, el vuelo de gaviotas y las olas rompiendo debajo del Golden Gate.

 

El Martes 14, le pedimos al conserje del hotel que nos llamara un taxi para llevarnos al aeropuerto, rumbo a Nueva York. Vimos entrar a un chofer con guantes blancos y galera que nos llamaba con acento “Fortinou, Fortinou”. Afuera no había ningún taxi y adentro no había nadie más en el lobby. Se acercó y nos preguntó: ¿You, Fortinou? Le contestamos: “¿You, airport?” Saludamos al conserje y salimos detrás del hombre. Frente a nosotros UNA LIMUSINA BLANCA y la galera con guantes que metía nuestras cosas en el baúl. Nos miramos las tres, una se reía, la otra rosaba la mandíbula contra el piso y la tercera pegaba saltitos como si estuviese electrocutada. Había claramente una confusión y como buenas viajeras de aventuras, nos apresuramos a sacar una foto y meternos dentro antes de que “fortinou” o quien sea, viniera a quitarnos la suerte. Tenía dos asientos enfrentados de cuero negro, una mesa en el medio, heladeras con bebidas y luces de colores. Nos reíamos a gritos, ya era demasiado bueno volar esa noche a Nueva York, pero despedirse de San Francisco en Limusina, era lo máximo. O todavía no. Cuando salimos del tráfico, el chofer bajó la ventana que separaba su zona de la nuestra y nos preguntó: ¿Are you ready? Yo me dije, ok acá nos mata. Y nos abrió el techo estilo cadilac para que nos asomemos a ver la bahía de noche.







El miércoles 15, llegamos a Nueva York. Jamás vi tanta gente junta cruzando una calle, era un enjambre de brazos que se chocaban y botones de sacos que se enganchaban con otros. Tuvimos que aceptar que pasaríamos las siguientes 48 horas junto a otras 15 millones de personas. 

 
Lo primero que hicimos fue tomar un ferry hacia estatua y escalar hasta la corona. Una de las experiencias más claustrofóbicas de mi vida. Una escalera caracol que se iba haciendo más angosta hasta tener la clara sensación de que te caminaban por encima de la cabeza y que probablemente para ese entonces tendrías 300 personas adelante y 500 detrás. Un vez arriba, la corona eran tres ventanales ahumados por los que no se veía nada y una foto movida entre una marea que pide a gritos que avances porque se están ahogando. Recién cuando volví a verla de lejos, pensé: Yo estuve ahí arriba e inmediatamente supe que no volvería a subir jamás. Para recuperar el aire nos fuimos hasta el Central Park, al otro extremo de la ciudad, con el mapa en manos de mi hermana. El lago estaba congelado, lástima, yo esperaba ver la típica postal de películas de verano con flores, bicis, rollers y gente de picnic. Lo bueno es que había una PISTA DE HIELO. Con mi hermana habíamos hecho algunos años de patín en el centro cultural cerca de casa y nos pareció que no podía ser demasiado complicado. De fondo sonaba una especie de jazz y a pesar de que me moría de risa con los trompos que daba mi hermana por el piso, me trataba de concentrar pensando: “Estas patinando sobre hielo en el Central Park”.
 

Antes de que terminara el día, tomamos un city-tour nocturno en un bus de dos pisos y desde el techo vimos todos los rincones de la ciudad que nos habían faltado, incluido BROKLYN y el cruce del puente al canto vivo de “new-york, new-york” de Sinatra en la voz de un guía entusiasta que parecía salido de una obra de Brodway. Fue en ese tour donde oí hablar de las torres gemelas por primera vez, porque hasta entonces para mí eran un decorado de los exteriores de “Friends”. Nos contó el nombre chistoso del japonés que las había diseñado, que era Yamasaki y él lo recordaba por “sacallama”.

 

El día siguiente era nuestro segundo y último día en Nueva York, con yamila de la guía salimos hacia la quinta avenida, el rockefeler center y las pendientes torres gemelas. Las dos eran muy similares, a excepción de que una tenía “antenas” y la otra tenía una terraza, que ya no recuerdo si era la sur o la norte, y estaba habilitada para visita. Hicimos la cola para el ascensor, una cápsula de aluminio que subió 116 pisos en menos de un minuto, dejándonos las uñas de los pies en el cerebro. Cuando se abrieron las puertas salimos a una planta rectangular absolutamente vidriada desde donde se veía toda Manhatan. Una gran parte de la planta superior estaba dedicada a la gastronomía, para que los turistas comieran o bebieran aprovechando la vista increíble. Luego había una sala de exposición con una maqueta a escala de la "city" la zona financiera de Nueva York, en cuyo centro se alzaban radiantes las torres y luego una sala donde se proyectaba un film con la historia de la ciudad y la construcción de las torres, incluida una breve referencia al atentado del año 1993 con explosivos que dañaron gran parte de las plantas inferiores. Recuerdo haber pensado: "Menos mal que estamos arriba de todo" y luego no había mucho más para hacer, salvo tomar una pequeña escalera hacia “La terraza”. Eso hicimos y ni bien pusimos una mano afuera, entendimos que estábamos a cuatro cuadras de altura del piso. El viento nos volaba los pelos, las camperas, las cámaras de fotos y todo lo que no estuviera encarnado. Puse mi mejor cara de “que linda experiencia” para la foto y volví a entrar agarrándome de las barandas como si las estuviera escalando. Desde allí, recogimos las valijas y nos fuimos al aeropuerto.
 

Yo era una adolescente en plenos años de secundaria, internet comenzaba a despegar como un medio popular de encuentro y de información y Harry Potter había llegado a expandir los límites de la ficción y las edades de inocencia...hasta que al año siguiente, el 11 de Septiembre del 2001, el spot de “Friends” se quedó sin dos palitos y jamás pude dejar de pensar en la gente que en ese instante, montaba el ascensor, miraba el audiovisual o incluso observaba el avión desde la terraza.  




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