El 9 de Marzo del año 2000, viajamos a CALIFORNIA, para un congreso de dermatología en la ciudad de San Francisco. Fue uno de los pocos viajes que hicimos las tres juntas, me refiero a mi hermana y mi mamá.
Recuerdo la limpieza de las calles, la modernidad de los edificios,
la libertad sexual, el colorido de las tiendas, las calles de colina, el
ferrocarril casi de juguete, el vuelo de gaviotas y las olas rompiendo debajo
del Golden Gate.
El Martes 14, le pedimos al conserje del hotel que nos llamara un taxi
para llevarnos al aeropuerto, rumbo a Nueva York. Vimos entrar a un chofer con
guantes blancos y galera que nos llamaba con acento “Fortinou, Fortinou”.
Afuera no había ningún taxi y adentro no había nadie más en el lobby. Se acercó
y nos preguntó: ¿You, Fortinou? Le contestamos: “¿You, airport?” Saludamos al
conserje y salimos detrás del hombre. Frente a nosotros UNA LIMUSINA BLANCA y
la galera con guantes que metía nuestras cosas en el baúl. Nos miramos las
tres, una se reía, la otra rosaba la mandíbula contra el piso y la tercera
pegaba saltitos como si estuviese electrocutada. Había claramente una confusión
y como buenas viajeras de aventuras, nos apresuramos a sacar una foto y
meternos dentro antes de que “fortinou” o quien sea, viniera a
quitarnos la suerte. Tenía dos asientos enfrentados de cuero negro,
una mesa en el medio, heladeras con bebidas y luces de colores. Nos
reíamos a gritos, ya era demasiado bueno volar esa noche a Nueva York, pero
despedirse de San Francisco en Limusina, era lo máximo. O todavía no. Cuando
salimos del tráfico, el chofer bajó la ventana que separaba su zona de la
nuestra y nos preguntó: ¿Are you ready? Yo me dije, ok acá nos mata. Y nos
abrió el techo estilo cadilac para que nos asomemos a ver la bahía de noche.
El miércoles 15, llegamos a Nueva York. Jamás vi tanta gente junta cruzando
una calle, era un enjambre de brazos que se chocaban y botones de sacos que se
enganchaban con otros. Tuvimos que aceptar que pasaríamos las siguientes 48
horas junto a otras 15 millones de personas.
Antes de que terminara el día, tomamos un city-tour nocturno en un bus de
dos pisos y desde el techo vimos todos los rincones de la ciudad que nos habían
faltado, incluido BROKLYN y el cruce del puente al canto vivo de “new-york,
new-york” de Sinatra en la voz de un guía entusiasta que parecía salido de una
obra de Brodway. Fue en ese tour donde oí hablar de las torres gemelas por
primera vez, porque hasta entonces para mí eran un decorado de los exteriores
de “Friends”. Nos contó el nombre chistoso del japonés que las había diseñado,
que era Yamasaki y él lo recordaba por “sacallama”.
El día siguiente era nuestro segundo y último día en Nueva York, con yamila de la guía salimos hacia la quinta avenida, el rockefeler center y las pendientes torres gemelas. Las dos eran muy similares, a excepción de que una tenía “antenas” y la otra tenía una terraza, que ya no recuerdo si era la sur o la norte, y estaba habilitada para visita. Hicimos la cola para el ascensor, una cápsula de aluminio que subió 116 pisos en menos de un minuto, dejándonos las uñas de los pies en el cerebro. Cuando se abrieron las puertas salimos a una planta rectangular absolutamente vidriada desde donde se veía toda Manhatan. Una gran parte de la planta superior estaba dedicada a la gastronomía, para que los turistas comieran o bebieran aprovechando la vista increíble. Luego había una sala de exposición con una maqueta a escala de la "city" la zona financiera de Nueva York, en cuyo centro se alzaban radiantes las torres y luego una sala donde se proyectaba un film con la historia de la ciudad y la construcción de las torres, incluida una breve referencia al atentado del año 1993 con explosivos que dañaron gran parte de las plantas inferiores. Recuerdo haber pensado: "Menos mal que estamos arriba de todo" y luego no había mucho más para hacer, salvo tomar una pequeña escalera hacia “La terraza”. Eso hicimos y ni bien pusimos una mano afuera, entendimos que estábamos a cuatro cuadras de altura del piso. El viento nos volaba los pelos, las camperas, las cámaras de fotos y todo lo que no estuviera encarnado. Puse mi mejor cara de “que linda experiencia” para la foto y volví a entrar agarrándome de las barandas como si las estuviera escalando. Desde allí, recogimos las valijas y nos fuimos al aeropuerto.
Yo era una adolescente en plenos años de secundaria, internet comenzaba a
despegar como un medio popular de encuentro y de información y Harry Potter
había llegado a expandir los límites de la ficción y las edades de
inocencia...hasta que al año siguiente, el 11 de Septiembre del 2001, el spot
de “Friends” se quedó sin dos palitos y jamás pude dejar de pensar en la gente que
en ese instante, montaba el ascensor, miraba el audiovisual o incluso observaba
el avión desde la terraza.
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