martes, 17 de marzo de 2015

CANADA



Hacía mucho tiempo que tenía ganas de conocer CANADA, el segundo país más grande del mundo. Antes de llegar hice una parada en Boston, porque también tenía ganas de conocerlo y porque además comparte esta dualidad con Canadá de ser un poco americano y un poco inglés. Fue realmente una gran sorpresa, sobre todo al anochecer cuando las calles de piedra se iluminaron con farolas de gas y me parecía ver a Jack el destripador en cada esquina. El aire puritano, arquitectura victoriana  y el Havard,  dan el toque “cortés” que la hace legendaria.

 

Luego del paso de frontera y el pago de la visa más corta y más cara que existe llegué a Quebec. Me recordó al barrio latino de París pero con calles empinadas, empedradas y casi desiertas…el toque diferente fue hospedarse en el castillo medieval de CHATEAU FRONTENAC!! Solo 600 habitaciones disponibles, las mejores vistas, la mejor calidad, uno de los desayunos más ricos y completos de toda mi vida y esa misma noche, probé la famosa sopa de cebollas que nos recomendaron, una ciudad deliciosa.

 

Montreal tiene toda la impronta de capital canadiense, inmensa, moderna, prolija, amable,  inteligente. Tiene un sistema de túneles, de vida subterránea que permite vivir “normalmente” durante los casi seis meses de invierno con temperaturas de entre 15 y 30 grados bajo cero. Cada local, shopping, oficina, estacionamiento, comercio, incluso casas, tiene su “subsuelo habitable” que se comunica con otros por “calles”, “veredas” y “pasajes”. Aproximadamente el 40% de la ciudad está conectada por vía subterránea. Lo otro que me llamó la atención fue el extremo cuidado por la higiene, la limpieza, la ecología y los buenos modales. Sin duda todo esto es herencia de su costado europeo.

 

Pero la capital de Canadá no es Montreal, sino Ottawa, por el mero capricho de no superpoblar la metrópolis y porque es mucho mejor tener toda una ciudad parlamentaria, donde reunir a los políticos y nadie más.

 

Toronto sí es una ciudad “americana”, llena de tráfico, de suciedad, de ruidos, con enormes edificios, en cierto modo algo hostil y con graves problemas de violencia y depresión durante los meses fríos. El gobierno desparrama ambulancias por las calles para rescatar a los borrachos de la muerte por hipotermia. Una realidad bastante más triste de lo que se cree, pero cerca de las Niágaras al menos.

¿Qué decir de las cataratas? Que al igual que Argentina y Brasil, Canadá y Estados Unidos tienen un reparto poco parejo de la cosa, siendo Canadá la más favorecida y la otra diferencia es la visión de infraestructura y marketing. Más que un circuito, las Niágaras son toda una ciudad al servicio de la atracción. Hoteles, casinos, parque de diversiones, shoppings y paseos.
 
 
 
 
 
 


Todas las noches a partir de las ocho, las cataratas se iluminan con enormes franjas del color del arcoíris. Es el momento ideal para sentarse en uno de los restaurantes giratorios.



jueves, 12 de marzo de 2015

CUBA



 
La Habana en 2008 es tan subdesarrollada como cualquier otra ciudad de América Latina, misma inseguridad, misma miseria, no imagino un país más desigual y enfermo de poder como éste. Hay racismo, riqueza, corrupción, descortesía e indiferencia.

La delincuencia, la prostitución y la droga burlan las fuerzas opresoras del estado. Tienen una moneda hiper-devaluada “por culpa del bloqueo” (léase corrupción). Comen, beben y se visten con artículos de emergencia, en cambio para el turista hay un mercado negro diferencial de cervezas y de infraestructura hotelera que hace que los cubanos quieran convertirse en extranjeros. Se vuelven locos por acceder a la moneda, algunos por hambre, pero en su gran mayoría, por ambición.

La Habana se cae a pedazos (a excepción de “la fachada” del Malecón que está mantenida por la UNESCO). Los hoteles de “lujo” se mantienen con cables y tornillos pero se pagan como si fueran de primerísima clase.

 

Cuba es “el monumento a la burocracia” cada transacción es a su manera y a sus tiempos. Deben estar listos para que un bus lujoso los lleve al aeropuerto en ruinas a tomar un avión de año 69 destartalado, para llegar a un hotel en cuyo loby te reciben con música en vivo y te sirven un trago de cortesía, mientras te explican que sobre-vendieron tu habitación y que te tenés que ir a otro hotel (mucho más lejos). También hay que estar listo para sentirse carne de cañón ante la juventud excitada de ron y calor que te acosa a cada paso.

 

El resto del pack turístico que se vende para “conocer Cuba” es una estadía en las playas de Varadero y Cayo Largo, dos versiones de Miami low cost, que de Cuba tiene solo las palmeras, todo lo demás es importado, barato, masivo, muy diferente a la vida real que empieza unos metros más allá de donde termina el brazalete all inclusive.



 




Luego de esta experiencia tomé la decisión de jamás volver a contratar “viajes pre-armados de agencias” porque no son más que una fábrica de hacer dinero de la ilusión y la mentira. Nadie que quiera conocer un país, va a poder hacerlo con un tour de este tipo.

Con lo cual, seis meses más tarde volví a Cuba sola sin mi familia. Me juré no pisar la Habana ni las playas de exportación. Alquilé un auto, compré una guía de ruta y le dí la vuelta entera a la Isla en un mes y medio. Viví en las casas de los cubanos, comí cerdo recién “hecho” en el fondo de una casa, estuve en medio de disputas raciales feroces, vi la pobreza desde adentro, la humildad, la sabiduría, la libertad, la naturaleza, los últimos rincones vírgenes del mudo.  

 

Mi conclusión de este segundo viaje, fue parecida a la primera, Cuba es un país en emergencia, pero aprendí que para darse cuenta cuán diferente somos unos de otros, hay que llegar a convertirse en el otro. Esa fue Cuba para mí. Mucho más dura y peligrosa que la primera vez, pero mucho más simple y verdadera.







martes, 3 de marzo de 2015

PARÍS---LONDRES



El viernes 28 de Junio de 2002, pisé por primera vez Europa. Llegamos a Francia con un nivel de francés básico, pero aceptable. Nos hospedamos en el “Tivoli Etoile” detrás del Arco de Triunfo.

 

El sábado, mapa en mano, hacia los restos de la Bastilla, apliqué toda mi imaginación para recordar cada frase eufórica de aquella toma revolucionaria, pero 4 piedras alzadas no lograron transportarme más lejos que el bistrot de en frente. Nos sentamos a pedir nuestro primer “Plat du jour” sorpresivo, económico y contundente. Hacia la tarde llegó el plato fuerte: EL BARRIO LATINO, lleno de ateliers y hoteles bohemios. Para terminar el día, nos tomamos un té en un “bar-quito” a orillas del Siena, frente a la Notre Dame.
 


 
 
 


El domingo tocó excursión programada hacia Versalles. Descubrí en una de las habitaciones, el famoso cuadro de auto-coronación y con lo que nos quedó del día, fuimos justamente allí, a Les Invalides, a visitar la tumba de Napoleón.

 

El martes a la noche, el laboratorio Galderma que había becado a mamá, nos invitó a una cena de gala en bateau recorriendo París, casi a los pies de la Torre Eiffel y con música en vivo. El jueves visitamos Montparnasse, muy turístico y popular. A la tarde salimos en un tour hacia Giverny, la casa de Monet que era un cuadro vivo de su impresionismo más fiel.
 

Antes de volvernos a casa aprovechamos la conexión express del eurostar para cruzar a Londres. Fue difícil convencer a los agentes de migración que con tantas valijas que teníamos, solo íbamos por una noche y dos días, pero al fin nos dejaron pasar. Luego de diez años de inglés británico, NO ENTENDÍA NADA LO QUE ME DECÍA LA GENTE, quizá era una deformación de tanto viaje a Estados Unidos, o la emoción de escuchar ese acento tan pronunciado. Yo era la encargada de interpretar las instrucciones para llegar al hotel, pero estaba tan maravillada con lo que escuchaba, que no podía sacar ningún dato en limpio. De alguna forma, llegamos hasta el Regent Palace de Picadelly. Jamás había visto una habitación como esa, era una especie de cápsula con un baño como de cabina de avión.

 
 
 
 


Primer paseo turístico: el bus colorado. Había sido un día largo, era casi de noche, pero igual subimos a uno que pasaba cerca y entendimos que luego nos volvería a traer al mismo sitio. Yo no sabía si mirar a la gente, los detalles del bus histórico o los edificios iluminados. Para el desayuno entendimos que aquello de huevos revueltos y bacon con sal no era ninguna broma, parecía como si los ingleses no fueran a comer nada más en todo el día. De todas formas no me quejé, porque tenía una bandeja repleta de TWININGS exclusiva para mí. Esa misma mañana conocimos la llovizna y la eterna nube gris londinense, mis pelos parecían gravitar en la luna.

Luego tocó recorrer LA TORRE DE LONDRES y después caminata directa a la casa matriz de Twinings. A pesar de que la dirección figura en todas las latas de té, me costó creer que era aquel local de un metro y medio de ancho, es decir una especie de pasillo, en donde una sola estantería ofertaba los diferentes aromas disponibles. Salí de allí con mi bolsita y mi caja de colección que decía “made in London since 1776”.

 

Y eso fue casi todo lo que pudimos ver. Además de una breve pasada por la Trafalgar Square, el Big Ben y el castillo de Windsor. Lamentablemente fue el último congreso para mí, porque luego con la universidad y el trabajo fue imposible escapar de la rutina, pero jamás voy a olvidar el lujo de haber viajado con mamá y el legado de aventura que marcó mi vida.