Tarde de sol en Rennes, obliga caminata por el parque. A pocos metros de la
entrada me cruzo con los primeros afortunados que como yo, pierden el día bajo
los árboles. Hay una fuente inmensa, rodeada de sillas al estilo Tullerías de
París. Todas ocupadas, menos una. Es la mía. Saco los lentes del estuche y me
protejo pero el reflejo no me permite terminar de leer a Camus. Antes de salir
a la búsqueda de un poco de sombra intelectual, me permito cerrar los ojos,
escuchar el agua, pensar en mi viejo…
El sol en Bretaña es una muestra gratis de lujo que dura lo suficiente como
para consolarse hasta la próxima excepción. De regreso, elijo el paseo por la
jaula de pájaros exóticos y me imagino en el zoológico de La Plata, frente a la
misma estructura de hierro victoriana. Sigo hacia la puerta, convencida de que
unos metros más allá, puedo subirme al 214 y llegar a la esquina de mi casa
donde tantas veces caminé pensando que mi doble o mi alma deberían estar en ese
mismo instante, en las peatonales históricas de Europa.
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