Mi canción del oso, sería una
historia al revés.
Yo no vivía en el bosque muy contenta, porque a pesar del aire y del verde,
sentía los hierros invisibles de una jaula mental.
Mi rutina era una acrobacia de piruetas de circo, montada en carromato con
giras por el mundo, que sin embargo, nunca se alejaban lo suficiente del tigre
viejo, que me precedía en el acto.
La moraleja es que ahora, que llegué a un pueblito alejado y que las
mañanas y las tardes son mías, sigo pensando en el bosque de cemento de mi
ciudad. Quizá las jaulas sean eternas, tal vez haya algo que siempre nos
atormenta o no exista mundo lo suficientemente lejano, de los lugares de dónde
uno, no se quiere realmente alejar.
Me vienen imágenes de la manada incompleta y me siento un oso exiliado.
Lo bueno es que en la distancia, mi vieja es más eterna y mis
hermanos, más hermanos. Siento más íntimos a mis amigos, más serio mi oficio y
más presente a mi pasado.
De alguna forma, en este pueblito sin candado, el bosque me sigue los
pasos...soy mitad oso y mitad humana y estoy contenta, de verdad.
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