Buscamos nuestro barco como quien busca el paraíso, sin mucha idea de cómo
es, ni dónde está, pero con la certeza de que existe.
Más que un barco buscamos una vida. Una razón para justificar lo que
creemos, lo que queremos.
Soy consciente de que si hubiésemos tenido otro sueño como el de una casa
en una ciudad amable, o quizá un hijo, estaríamos mucho más cerca de lograrlo,
pero se nos dio por querer absolutamente lo contrario.
Solo de a ratos, cuando decidimos tomar consciencia de nuestra osadía
extrema, aceptamos la demora y la impaciencia.
Buscamos nuestro barco como quien reclama su origen entre los papeles de migraciones,
como el que teje rama a rama su árbol genealógico, queremos romper con las
fronteras del mundo, ser de todos lados, de ninguno. Nuestra declaración de
independencia contra los sistemas conocidos y por conocer. Hacer las mismas
cosas que hace todo el mundo, en otros tiempos, con otras ganas y desde otro
lugar.
Cambiar el reloj de pulsera por el barómetro, los noticieros de guerras por
los pronósticos. Cambiar la oficina, el supermercado amigo, la cama, la ducha,
las millas fidelidad. Cambiar el eje de equilibrio, por diez metros de aluminio
portante, un ancla y dos velas.
Buscamos nuestro barco, de la misma forma que nos encontramos el uno al
otro, discriminando punto a punto todas nuestras pretensiones, reduciendo más y
más los candidatos. Sin intención de demorarnos en la virtualidad de encantos
que pocas veces se sostienen en la realidad, con la urgencia de tomarnos un
primer café, azaroso, intencional, definitivo.
Y mientras tanto desandamos las rutas costeras, divisando de lejos los
puertos. A nuestros costados siguen en pie las casas de cuentos de praderas,
típicas de la Bretaña Francesa, pero ya no nos dan envidia, porque sabemos que
la nuestra, va a ser mucho más liguera.