En una librería en Nueva Zelanda, rodeada de títulos interesantes y con
tanto país afuera que me reclama, lamento no poder dedicarme a ninguno de los
dos, ni al turismo ni a la lectura, a pesar de haber dicho alguna vez, que era
lo único que quería hacer en mi vida futura, viajar, leer y con suerte,
escribir.
El problema es mi vida futura, que se demora más de la cuenta, como si
fuera un futuro pluscuamperfecto. Las agujas filosas del reloj que cuelga de mi
muñeca me devuelven a la vida en medio de una clase de matemática eterna, que
se come el recreo a propósito, mientras el pizarrón se llena de más y más
logaritmos.
"Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos
buscan su casa, sabiendo que tienen una" (Voltaire)
Sé que mi barco está en algún lado ahí afuera, pero por momentos me parece
una especie de ejemplo antagónico puro, tener que darle tantas vueltas al
proceso de simplificación. A veces no entiendo por qué cuesta tanto, si lo que
quiero tener es prácticamente nada: un barco, el mar, el viento... ¿Cómo es
posible que sea más difícil despojarse de las cosas, que conseguirlas? Y aún
peor, que sea más difícil que las cosas te
suelten... a soltarlas. Parece imposible dormir sin
hacer check-in en algún sitio, vestirse sin vaciar una valija, comer sin abrir
una lata.
Quizá los libros que me rodean, tengan
escrita la clave que busco, pero afuera sigue Nueva Zelanda, exigiendo que no
me queje, que para pasarla mal, hay peores lugares. Y todo suena tan teórico e
irrefutable que no me queda más que tragar saliva y seguir pagandole a la
banca, los intereses por las vueltas demás que le estoy dando al MONOPOLY,
mientras espero caer en la casilla de “has perdido todo” para al fin, ganar el
juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario