viernes, 5 de septiembre de 2014

MONOPOLY


En una librería en Nueva Zelanda, rodeada de títulos interesantes y con tanto país afuera que me reclama, lamento no poder dedicarme a ninguno de los dos, ni al turismo ni a la lectura, a pesar de haber dicho alguna vez, que era lo único que quería hacer en mi vida futura, viajar, leer y con suerte, escribir.

 

El problema es mi vida futura, que se demora más de la cuenta, como si fuera un futuro pluscuamperfecto. Las agujas filosas del reloj que cuelga de mi muñeca me devuelven a la vida en medio de una clase de matemática eterna, que se come el recreo a propósito, mientras el pizarrón se llena de más y más logaritmos.

 

"Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una" (Voltaire)

 

Sé que mi barco está en algún lado ahí afuera, pero por momentos me parece una especie de ejemplo antagónico puro, tener que darle tantas vueltas al proceso de simplificación. A veces no entiendo por qué cuesta tanto, si lo que quiero tener es prácticamente nada: un barco, el mar, el viento... ¿Cómo es posible que sea más difícil despojarse de las cosas, que conseguirlas? Y aún peor, que sea más difícil que las cosas te suelten... a soltarlas. Parece imposible dormir sin hacer check-in en algún sitio, vestirse sin vaciar una valija, comer sin abrir una lata.

Quizá los libros que me rodean, tengan escrita la clave que busco, pero afuera sigue Nueva Zelanda, exigiendo que no me queje, que para pasarla mal, hay peores lugares. Y todo suena tan teórico e irrefutable que no me queda más que tragar saliva y seguir pagandole a la banca, los intereses por las vueltas demás que le estoy dando al MONOPOLY, mientras espero caer en la casilla de “has perdido todo” para al fin, ganar el juego.
 
 

 

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