viernes, 21 de febrero de 2014

EN BUSCA DE UN 214




 
Tarde de sol en Rennes, obliga caminata por el parque. A pocos metros de la entrada me cruzo con los primeros afortunados que como yo, pierden el día bajo los árboles. Hay una fuente inmensa, rodeada de sillas al estilo Tullerías de París. Todas ocupadas, menos una. Es la mía. Saco los lentes del estuche y me protejo pero el reflejo no me permite terminar de leer a Camus. Antes de salir a la búsqueda de un poco de sombra intelectual, me permito cerrar los ojos, escuchar el agua, pensar en mi viejo…

 

El sol en Bretaña es una muestra gratis de lujo que dura lo suficiente como para consolarse hasta la próxima excepción. De regreso, elijo el paseo por la jaula de pájaros exóticos y me imagino en el zoológico de La Plata, frente a la misma estructura de hierro victoriana. Sigo hacia la puerta, convencida de que unos metros más allá, puedo subirme al 214 y llegar a la esquina de mi casa donde tantas veces caminé pensando que mi doble o mi alma deberían estar en ese mismo instante, en las peatonales históricas de Europa.
 






     
Quizá mi alma quedó allí, aunque mi cuerpo vaya y vuelva por estas callecitas medievales, buscando.

viernes, 14 de febrero de 2014

YO VIVIA EN EL BOSQUE



Mi canción del oso, sería una historia al revés.





Yo no vivía en el bosque muy contenta, porque a pesar del aire y del verde, sentía los hierros invisibles de una jaula mental.

Mi rutina era una acrobacia de piruetas de circo, montada en carromato con giras por el mundo, que sin embargo, nunca se alejaban lo suficiente del tigre viejo, que me precedía en el acto.

La moraleja es que ahora, que llegué a un pueblito alejado y que las mañanas y las tardes son mías, sigo pensando en el bosque de cemento de mi ciudad. Quizá las jaulas sean eternas, tal vez haya algo que siempre nos atormenta o no exista mundo lo suficientemente lejano, de los lugares de dónde uno, no se quiere realmente alejar.

Me vienen imágenes de la manada incompleta y  me siento un oso exiliado. Lo bueno es que en la distancia, mi vieja es más eterna y mis hermanos, más hermanos. Siento más íntimos a mis amigos, más serio mi oficio y más presente a mi pasado.

De alguna forma, en este pueblito sin candado, el bosque me sigue los pasos...soy mitad oso y mitad humana y estoy contenta, de verdad.
 

sábado, 8 de febrero de 2014

Del tiempo....y otros lugares



Este podría ser cualquier lugar y yo, venir de cualquier parte. Este silencio es parecido a los refugios de infancia, en el cuartito del patio de casa, que bien podría haber estado en esta calle de Francia, aunque habría sido algo más modesta en dimensiones, quizá con algún hermano menos o dos y sin mí.

 Es increíble lo mucho que se parece el mundo, algunos domingos por la mañana. A veces me asomo por la ventana, noto el aire, la lluvia, la gente y mi mirada sigue siendo fotográfica, como si mis tiempos fuesen otros, como si mis espacios fueran impenetrables.


Esta mañana escuché el ruido de unas llaves sobre la cerradura. Estaba convencida de que era Zulma, solo que yo no estaba en Argentina, ni Zulma en Francia. Me quedé en la cama, unos veinte segundos, esperando escuchar los pasos que hubieran seguido al abrir el picaporte.


 Hace unos días pasaron por la radio, la misma melodía con la que se levantaban mis padres, un poco más mecánica y agonizante cuando se iba quedando sin baterías el despertador, pero aún reconocible. Subí las escaleras hacia mi habitación, imaginando que subía al cuarto de ellos, a darles las buenas noches, como si aquí y allá fuesen parte de los mismos escalones de madera. Como si antes y ahora, fuesen ese único momento. 



Durante otros veinte segundos, como los que esperé para saludar a Zulma, llegué a imaginarlos, programando la hora para despertarse al día siguiente, mientras la melodía seguía sonando, ya más dentro mío que afuera.











 

 
 
 
 
 
 
 

 

lunes, 3 de febrero de 2014

Curriculum de una escritora afrancesada


Francia es todo lo que se ve en las películas. Hombres elegantes caminando con el baguette bajo el hombro y en la otra mano, la percha del traje recién salido de la tintorería. Mujeres de pelo suelto y vestidos azules abotonados, pedaleando bicicletas antiguas como si fueran el logo en movimiento, de cualquier marca de galletitas.



 

Y uno intenta escribir mientras observa esta Francia autentica, indiferente, orgullosa de su cultura gastronómica donde al mismo tiempo, el restaurante japonés es un pasaje a Tokio sin escalas de encantos ni agregados locales, el restaurante indio, el Taj Mahal en miniatura. En Francia no hay intentos, ni ideas a medio desarrollar. Es todo o nada. Y yo, que odio los grises, me siento Monsieur Michel Jackson.



Atrás de cada cosa, por pequeña que sea, hay una filosofía, un concepto casi siempre cultural y  sin excepción, de calidad suprema. No hay ambigüedades ni pasos demás en los procesos para obtener algo. Se introduce la tarjeta por la ranura, se efectúa el pago al instante y se levanta la barrera. Lo mismo si se quiere comprar el diario, subirse a un colectivo, cargar gasolina o hacer la auto-compra del supermercado. Se llena el carrito, pasa uno mismo los productos delante del scanner, tarjeta, ticket y hasta pronto.  Es el país de la lógica y el sentido común, aplicado al bienestar de una vida ordenada.



 

Pero sin dudas, para un escritor en viaje, lo más importante a la hora de elegir su próximo destino, es saber cuánta superficie cuadrada ocupan las bibliotecas y librerías. En este caso, algunas son más grandes que las tiendas de ropa y existen incluso ciudades donde superan a los cafés por cada esquina. Me pregunto qué tendrá de malo este país, para no sentirme tan obligada a quererlo querer.



Y ni hablar de Bretaña, el punto del plantea donde el mar y el cielo se tocan, se rotan, se funden. Una montaña rusa para los sentidos.
En Bretaña la lluvia es la humedad de cada día. Una especie de spray que renueva el aire y devuelve el Sol al instante, más purificado, más tierno, más ahumado. En estas tierras celtas, se sucede la alquimia de la creación con un toque de rusticidad nórdica, un chorro de bosques verdes, unas gotas de mar indomable y ráfagas de violines furiosos al viento.



Sumado a la cultura francesa de razón y sentido, el escritor lograr crear aquí, un personaje para sí mismo, una identidad, un ambiente, una atmósfera y sobre todo, un buen argumento. Un tipo inestable, insaciable, un eterno inconformista en busca de tiempo alternativo. Un tiempo mental que se desacelera, se detiene y es en esa pausa, donde se dispone a dudar del mundo, con toda su Fe.



Al escritor, no le preocupa saber quién lo lee. Entiende que aquel que se presente frente a una hoja escrita, asumirá en ese instante, todas las consecuencias. La lectura es un acto de complicidad y de espionaje. Hay que descubrir lo que el texto no anuncia y darle voz a los silencios. Y no se trata de cerrar el libro y romper en un aplauso. El escritor no busca el reconocimiento, le basta infectar al otro con el virus de la duda y medicarlo luego con más y más literatura, hasta que la tinta sea la salvación universal.   





Siento que mi escritura se va “afrancesando”, no reemplazo por boinas los puntos de la “i” ni atravieso la “z” con un bigote. Mi mano quiere perderse  bajo los cielos místicos de la Bretaña para crear un mundo dentro de otro y llenarlo de espacios, recorrerlos, modificarlos, hasta dar con un sitio imaginario del que luego, ya no haya que salir.



Francia es una búsqueda. A veces no basta con tener un buen día, ni un buen trabajo, ni una familia linda. Al escritor la vida le parece un absurdo y escribe para escaparse de la realidad, como si se fuera cubriendo de palabras al igual que un hombre lobo en luna llena. Si dejo de buscarme, los colmillos desaparecerían y  mi oficio se esfumaría a través del cuerpo de una dama que saldría a la calle a comprobar que todo sigue igual allí afuera. Alguna noticia del mundo, me ubicaría en tiempo y espacio y me condenaría a soñar cada noche con Bretaña, al otro lado del mar, llena de lunas.




http://youtu.be/zrcNUgYGb-I